Biografia de Luis Alfonso Ocampo Fómeque "El Tocayo"

Luis Alfonso Ocampo Fómeque alias "Tocayo" fue el medio Hermano de Víctor Patiño Fómeque fue uno de los hombres mas implacables de El Cartel del Norte del Valle, que empezo con el trabajo sucio de el cartel, pero luego con la ayuda de su medio hermano y de Wilber Varela alias Jabon fue escalando y obteniendo poder dentro de la organización.


Todo iba muy bien para el Tocayo hasta el dia en el que empezo a sapear a sus socios, inluyendo a su entrañable amigo Wilber Varela alias "Jabon", con el fin de ayudar su medio hermano Víctor Patiño Fómeque suministrandole información para obtener beneficios en los Estados Unidos, dado a que se encontraba extraditado, sin pensarlo esto se convirtió en el infierno para Alias Tocayo.


De regreso en Colombia, Wílber Varela se percató de que a él también lo grababan, lo seguían y lo infiltraban. Por eso ordenó extremar las medidas de seguridad y autorizó un proceso de contrainteligencia sobre los propios miembros de su organización.





El encargado de esa operación era Ramón Quintero, dueño de la más completa red de comunicaciones y tecnología con la que contaba este grupo delincuencial. Así, Varela pudo dar órdenes desde su búnker para el movimiento de dinero y operaciones de rastreo y de seguimiento. Al mismo tiempo, se dedicó a despachar cocaína a cualquier parte del mundo.


Estos reportes de inteligencia trajeron consigo un descubrimiento grave. Al poco tiempo de estar interceptadas las comunicaciones y los correos electrónicos de la organización, Quintero empezó a sospechar que Luis Alfonso Ocampo Fómeque, Tocayo; hermano medio de Víctor Patiño y uno de los miembros más importantes del grupo, podría estar colaborando con agentes norteamericanos para el desmantelamiento de esa sólida organización.


Quintero le comentó sus sospechas a Juan Carlos Ramírez Abadía, Chupeta; y los dos decidieron extremar la contrainteligencia. Solo necesitaron una semana para confirmar lo que presumían. Ocampo mantenía comunicación constante con su hermano Víctor, preso en Miami, y recibía constantes órdenes de las autoridades de Estados Unidos.


Ese descubrimiento fue entregado a Varela, que entró en una especie de sin salida. Ocampo era su amigo desde la adolescencia, su compañero de mil batallas, su perro guardián, su incondicional aliado en la guerra contra el cartel de Cali, y ahora debía ser eliminado. Varela no tuvo más opción que darle la espalda ante su innegable colaboración con Estados Unidos.


—No soy capaz de matar a mi amigo, no cuenten conmigo ni con mi gente, pero los entiendo, hagan lo que tengan que hacer, yo no me meto —le dijo Varela a Chupeta, que no veía otra opción que actuar contra Tocayo.


Ramírez le encargó a Quintero la misión y este a su vez reclutó a un teniente de apellido Rodríguez para seguirle los pasos al traidor. Pero no era fácil porque Ocampo tenía un complejo aparato de seguridad que lo ponía a salvo de asaltos y amenazas. Con apenas saber leer y escribir, había crecido en el mundo de la delincuencia y del crimen organizado al lado de Víctor, su hermano mayor, pionero de la disidencia del cartel de Cali, en los años noventa. Con ello se ganó un lugar destacado en la mafia de la época.


El domingo 8 de febrero de 2004, Ocampo se encontraba departiendo alegremente con cinco familiares y siete escoltas en una finca en Cartago, Valle, cuando recibió una llamada de Juan Carlos Ramírez, para invitarlo a una pelea de gallos, tan común en el gremio del narcotráfico. La fiesta sería en la finca Alejandría, de propiedad de Ramón Quintero, en la región conocida como Gota de Leche, cerca de Buga.





Tocayo dijo que confirmaría su asistencia, pero no lo hizo. Caída la noche recibió una nueva llamada de Ramírez, quien le informó que Varela asistiría a la cita. Ocampo no tuvo otra opción que aceptar la invitación, entre otras cosas porque uno de sus sobrinos, aficionado a las peleas de gallos, le insistía en que fueran al lugar.


Sobre las 8:15 p. m., Ocampo salió rumbo a Buga, escoltado por tres camionetas en las que iban su hija, su novia Mónica, tres sobrinos, su abogado Henry Escobar y siete de sus escoltas. Ocampo conducía una de las camionetas, vestido con un pantalón de corte militar, camisa negra y zapatos de suela baja. Sobre su pierna derecha descansaba un fusil de asalto R-15.


El capo se veía feliz. Mientras conducía, escuchaba música de carrilera y bebía aguardiente. Al mismo tiempo, Rodríguez y Quintero organizaban un grupo de asalto. Estaba compuesto de cinco comandos de seis miembros cada uno, ubicados estratégicamente en el parqueadero de la finca para atacar a Ocampo apenas llegara. Entre el grupo de asaltantes estaba el teniente Rodríguez y el excapitán de la Policía Pedro Nel Pineda, Pispis; quien había escalado en forma vertiginosa en la organización.


Cuando Ocampo se encontraba a diez minutos del sitio, se comunicó con Ramírez para avisarle que arribaría en breve. A la propiedad se llegaba por una angosta carretera que trepaba un poco hacia la montaña, desde donde se podía observar cualquier movimiento. Apenas vieron a los visitantes, dos hombres ubicados en un cerro dieron la señal de alerta. Eran las 10:14 p. m.


Las camionetas cruzaron la puerta de la finca. Ocampo, seguido por su grupo de escoltas, fue el primero en parquear. Pero no había apagado las luces del vehículo cuando el grupo de sicarios abrió fuego. Algunos de los ocupantes se tiraron al piso mientras las balas impactaban la lámina de las camionetas y los vidrios volaban por los aires. Ocampo y algunos de sus hombres abrieron las puertas y respondieron a la agresión. En el interior de las carros yacían algunos cuerpos inmóviles, mientras las nuevas ráfagas de fusil seguían haciendo estragos en su humanidad.


El intercambio de disparos duró más de diez minutos, hasta que a Ocampo y a sus escoltas se les acabó la munición. El teniente Rodríguez y uno de sus sicarios caminaron hasta los vehículos. Allí encontraron algunos sobrevivientes, que se arrastraban por el suelo intentando ponerse a salvo.


No lejos de allí, Ocampo, herido en sus dos piernas, y tres de sus escoltas, fueron sorprendidos cuando intentaban huir del cerco por entre los arbustos. Sin embargo, fue capturado, junto con sus hombres y conducido al interior de la vivienda. 





Los detenidos fueron sometidos a torturas  y luego fueron dados de baja por orden de alias Chupeta.


Algunos documentos encontrados en los vehículos revelaron los nombres de testaferros, abogados y algunas propiedades que Ocampo y sus hombres no habían confesado. El siguiente paso fue repartirse el botín y la caleta de 50 millones de dólares que Ocampo confesó tener en un apartamento de Cali.


Tres días después de este hecho sangriento, Deisy, madre de Ocampo, una caleña de avanzada edad, se comunicó con allegados y colaboradores de su hijo para establecer su paradero. Pero nadie le dio razón de él. Por eso se acercó a una estación de Policía cercana para denunciar la desaparición de su hijo.


Mientras tanto, Wílber Varela no se reponía del duro golpe por la muerte de su entrañable amigo. Ocampo era su condiscípulo, su leal servidor en épocas de guerra, su caballito de batalla, su socio.


Rodríguez se comunicó por teléfono con él y le confirmó la noticia sobre la muerte de su amigo. Varela prefirió no escuchar el relato de los hechos y colgó el teléfono. Un día después el capo se comunicó con la madre de Ocampo y en tono pausado pero violento le dijo:


 —No busque más a su hijo. Él esta muerto por traidor. Le recomiendo que se vaya de Cali. Desocúpeme la ciudad si quiere vivir. Para mí, usted es persona no deseada. Sus hijos Víctor y Luis Alfonso son unos sapos. Víctor está abriendo la boca en Estados Unidos denunciándome. Busque a su hijo en el río Cauca.


La adolorida madre fue en busca de su hijo. Allí, reconoció el rostro de Ocampo. Lo encontró gracias a una enorme melena que tenía el día de su muerte. Las autoridades tomaron fotografías de los restos, que luego fueron a parar a manos de Víctor Patiño en la cárcel de Miami. El capo rompió en llanto y juró vengar la muerte de su hermano.


La Corte Suprema de Justicia confirmó la pena de 33 años de prisión impuesta a José Hernán Mosquera Rojas, alias Mosco, autor material de la muerte de Luis Alfonso Ocampo Fómeque, medio hermano del excapo del narcotráfico Víctor Patiño Fómeque, alias el Químico. ‘Mosco’ fue señalado de pertenecer a una oficina de cobro de la estructura del capo Juan Carlos Ramírez Abadía, alias Chupeta, que entre 2004 y 2006 llevó a cabo numerosos asesinatos entre los cuales está el de Ocampo Fómeque, ocurrido en febrero de 2004.


De esa manera terminó la vida de El Tocayo cumpliéndose una vez mas la ley del hampa del que dicta que el que a hierro mata a hierro muere.




 



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